lunes, 25 de octubre de 2010

Bar Juan Carlos: quesos, cervezas y mucho más

En la calle Febo, cerca de la esquina con la calle Evangelista, en pleno barrio de Triana, nos encontramos un bar, el Juan Carlos, que desde fuera no parece gran cosa y casi pasa desapercibido y que una vez dentro lo confirmamos. Aquello es una tasca, con las losas del suelo gastadas a causa del paso de los años, las paredes llenas de cuadros típicos sevillanos y una barra que ocupa un tercio del local. Es pequeñito, estrecho y alargado, está tenuemente iluminado y apenas hay sitio para unas cinco o seis mesas (pequeñitas también) más unos pocos taburetes situados en la puerta.

Un local que a priori es conveniente dejar pasar de largo y optar por otro mejor, pero que en tal caso estaremos cometiendo un gran error. A pesar de su apariencia vieja y ajada, de tasca de poca monta sin el menor atractivo, se trata de uno de mis bares preferidos. Y es que la apariencia, amigos, no lo es todo, y ésta es una de las mejores pruebas que tengo de ello.

El bar Juan Carlos tiene pinta de valer poco, pero en cuanto echamos mano de la carta y probamos unas cuantas tapas, se nos quitan todos los prejuicios iniciales. Tiene una gran variedad de quesos, vinos y cervezas de importación, y eso no se suele encontrar en un bar de estas características. Pero vamos a comentarlo con más detalle:


Qué podemos comer y beber
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La carta es la típica plastificada, con más años de los que nadie es capaz de echarle, y en ella nos encontramos una gran variedad de tapas y platos. Lo que más destaca son las tablas de quesos y chacinas, y el enorme listado de quesos diferentes que podemos elegir. También nos encontramos un montón de montaditos por si nos queremos decantar por lo típico y no arriesgar, y unos cuantos platos más. Además, veremos un listado enorme de cervezas de importación, traídas de un montón de países, y que desde luego no tiene nada que envidiar a los bares que se jactan de tener una gran variedad de ellas. En mi caso, como no bebo, es uno de los aspectos a los que menos cuenta le echo, pero la gente con la que he ido ha hablado muy bien de la variedad y la calidad de las mismas.

Yo, por mi parte, me he centrado más en el tema de la comida. Las tablas de quesos son una parada obligada en este bar, y podemos pedirlas a nuestro gusto. Primero, elegimos el número de quesos que queremos degustar, y posteriormente los nombres de los protagonistas. Hay una barbaridad de quesos y la mayoría de ellos no sabremos ni cuáles son, pero en eso está también parte de la gracia: elegir los que nos parezcan, al tuntún, y experimentar con nuevos sabores desconocidos para nosotros.

Las tablas de quesos son eso mismo, tablas de madera en las que se disponen los quesos que hemos pedido, en trozos de tamaño suficiente como para comer en un bocado o dos. Por ejemplo, la tabla de siete quesos, la más grande, tiene siete hileras de quesos diferentes, y cada una de ellas unos 7 trozos de cada tipo de queso, de un tamaño que no es especialmente grande pero sí adecuado. De esta forma, si somos varios los que vamos a catarlos, podremos tomar dos o tres trozos de cada uno de ellos y saborearlos adecuadamente.

Hay tablas de menos quesos, también las hay de chacinas y la verdad es que todas las variedades que he probado me han gustado. Especial atención a un queso, Afuega'l Pitu, y en concreto el rojo, que es de un tono anaranjado, picante y seco como un puñado de arena, pero tremendamente sabroso. Nos resultó muy curioso porque cuando nos lo metemos en la boca nos la seca completamente, nos deja sin saliva y cuesta trabajo de masticar. Pero tiene un sabor muy intenso y a mí personalmente me encanta. Como ya digo hay muchos otros y todos los que he probado hasta la fecha me gustan bastante, pero éste en concreto es muy diferente a cualquier queso que hayamos probado, y de momento es mi preferido.

Aparte del tema de quesos encontramos chacinas variadas e igualmente sabrosas, el pulpo a la gallega (tremendo), el salmorejo y una cazuela de barro con choricillos que se sirve muy caliente y están realmente sabrosos. Como os comento todo lo que he probado hasta la fecha me ha gustado, y eso es señal de que este bar es una opción a tener en cuenta.


Servicio
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Con respecto al servicio ofrecido la verdad es que no es espectacular, pero bastante eficiente. Desde que pedimos algo hasta que se nos sirve podemos esperar bastante, porque sólo hay una persona en la barra, el dueño del local, y éste se toma las cosas con calma. Y si encima hay bulla en el bar (algo que no suele ser habitual, pero alguna vez puede haber), se alargará bastante nuestra comida. Conviene dejarle una lista con todo lo que queremos y conforme vayan saliendo los platos los vamos comiendo, con mucha paciencia y bastantes bebidas en la mano mientras tanto, jeje.

De precios he de decir que no es caro para lo que se nos ofrece. Una tabla de 7 quesos, la más grande, cuesta 14 euros, y con una hay suficiente para tres personas aproximadamente. Si a esto se le suma alguna que otra tapa para completar y unas cuantas bebidas, la cosa se nos puede poner entre 10 y 15 euros por persona. Pero saldremos satisfechos de allí y, aunque en otros sitios se puede comer más por menos dinero, no encontraremos la originalidad que nos ofrece el Juan Carlos.

En cuanto a público, los asiduos a este bar son gente de treinta para arriba. Grupos de amigos, parejas jóvenes y gente mayor es lo habitual. Nada de gente joven ni niños, porque no es un bar para eso. El ambiente es agradable, muy tranquilo (como el dueño del bar, que no se inmuta por nada) y distendido. Podemos bromear, podemos alzar la voz y estar a nuestro aire, que no habrá problemas de ningún tipo.


Cuestiones prácticas
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El Juan Carlos cierra los fines de semana. El único que está en la barra es el dueño, junto con su mujer, si no me equivoco, que es la cocinera, y la bulla de un fin de semana no la llevarían nada bien. Así pues, sólo abre entre semana, cuando hay menos clientela. Cuando yo he ido ha sido jueves o algún miércoles por la noche, y casi siempre hay un par de mesas ocupadas cuando llegamos, y acabamos cerrando nosotros el local, jeje. Aquello está muy tranquilo, casi como en casa, y la verdad es que no está nada mal. Algo curioso es que por muy bueno o malo que esté el tiempo, siempre suele haber gente. Poca, pero siempre hay.

Podemos llegar hasta la misma puerta con el coche, pero encontrar aparcamiento es otro cantar. Si tenemos suerte podremos encontrar alguno cerca, pero probablemente haya que dar unas cuantas vueltas hasta dar con un sitio. Si vamos en metro la estación de Plaza de Cuba queda muy cerca, y es la mejor para bajarse, ya que en unos cinco o diez minutos caminando llegamos al bar.

Las prisas nos las hemos de dejar en la puerta. Si queremos comer en media hora mejor nos vamos a cualquier otro sitio, porque aquí no conseguiremos comer rápido. Es un local para llegar, sentarse y dejar correr el tiempo, sin prisas, porque de lo contrario no disfrutaremos de la comida ni de la velada y sería una pena.


Resumiendo
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Se trata de un bar escondido, poco conocido en Sevilla, que pasa desapercibido pero que sin duda es un lugar para tener en cuenta, donde disfrutaremos con unas tapas de queso que no encontraremos en otros sitios, con abundante y variada cerveza y con otras tapas realmente sabrosas y originales, a pesar de que sus ingredientes son de lo más normales. Buen ambiente, buena comida y buena experiencia, desde luego. Eso sí, la estética del local mejor pasarla por alto, porque no tiene nada destacable.

Muy recomendable para tapear, desde luego.

jueves, 14 de octubre de 2010

Restaurante San Marco: lujo en pleno centro

Voy a hablar a continuación de unos restaurantes sevillanos de alto nivel llamados San Marco. Y en concreto os voy a hablar del que hay en la calle Cuna, en pleno centro de la ciudad y en la zona de la Alfalfa.

Es fácil llegar si lo hacemos desde La Campana, donde se ubican la Sierpes y la Tetuán, de las que ya os hablé no hace mucho. Paralela a ellas nos encontramos esta calle. El entorno es muy bonito, lleno de comercios y edificios antiguos, al igual que el propio en el que se sitúa este restaurante. Es una casa muy antigua y muy lujosa de cabo a rabo, de forma que nos sorprenderá gratamente desde el momento en el que ponemos un pie en él.

Este edificio tiene dos plantas, y tanto una como otra están bellamente adornadas. Para mí resulta un pelín ostentoso, pero los amantes del lujo convendrán en que se trata de un lugar con un estilo muy sofisticado y un ambiente refinado al tiempo que agradable. Cada uno de los salones que nos encontramos tienen una decoración diferente y esto ayuda a que no nos resulte monótono y sí muy interesante de recorrer.

El servicio es realmente bueno. Desde el primer momento se nos atiende muy educadamente, y los camareros se prestan a servir con prontitud y mucha amabilidad. Es sin duda uno de sus puntos fuertes. En cuanto a la comida, la verdad es que está muy buena. Los platos son suficientes, aunque lo que más se lleva son las pizzas, puesto que es un restaurante de comida italiana. Hay variedad donde elegir, aunque el nombre de los platos es bastante ostentoso, como no podía ser de otra forma, y es posible que no sepamos muy bien qué hemos pedido hasta que se nos sirva.

Eso sí, la comida está deliciosa y quedaremos muy satisfechos con ella.

Sin embargo, para mí tiene una serie de inconvenientes. El primero, y más obvio, el precio. Es bastante caro, y podemos buscar que no encontraremos platos por menos de 10 euros. Una cena para dos se puede poner fácilmente por 50-60 euros, y eso siempre que no pidamos mucho. Eso sí, si pedimos pizzas no se elevará demasiado la factura y comeremos más cantidad que si tiramos de platos menos habituales.

Otro inconveniente que le veo es el refinamiento excesivo que tiene. Vale que a veces esto gusta, pero me considero una persona más bien sencilla a la que tanto lujo no le termina de gustar, y teniendo en cuenta que el ambiente es de etiqueta, silencioso y muy protocolario no me termina de resultar cómodo. Mucha gente esto lo valora muy positivamente, pero no es mi caso.

Y por último, hay que decir que me parece fatal que con tanto refinamiento se produzcan errores básicos. Una de las veces que fui mi reserva no se había procesado correctamente, con lo que me hicieron un hueco como pudieron (algo que sienta fatal). En otra ocasión me cargaron en la cuenta un par de platos que habían servido a otra mesa, lo que elevó bastante el total, y encima no me resultó especialmente sencillo que hicieran las comprobaciones oportunas y me cobraran sólo lo que habíamos consumido realmente. Unos errores que pueden pasar en cualquier parte, pero en este restaurante estamos pagando por un servicio muy bueno, y en estos casos que comento no lo obtuvimos.

Por lo demás, se trata de un lugar en el que podremos disfrutar de una velada tranquila, en un ambiente refinado y poco frecuente. Es muy frecuentado por parejas que van a celebrar algo especial, y por lo general los clientes son personas de treinta para arriba. Hay veinteañeros también, pero son los menos. Eso sí, por lo que a mí respecta ha perdido bastante en comparación con lo que era hace unos años.

Por lo que a mí respecta no es mi restaurante favorito. En Sevilla hay otros muchos que me resultan mejores, que puede que no tengan tanto lujo pero que permiten disfrutar de una comida especial, con un buen ambiente y a buen precio, sin necesidad de acudir a este restaurante.

Y poco más que comentar al respecto. A pesar de que goza de muy buena fama en Sevilla no es de mis preferidos, por lo que sólo lo recomiendo para ir alguna vez esporádica, y no de forma habitual.


Datos de interés:

C/ Cuna, 6. Sevilla
Casco Antiguo-Alfalfa
Teléfono: 954 21 24 40

 

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